Podemos partir de la definición de Hebreos 11: 1. La fe no significa que debemos creer porque sí, confiar en Jesús porque sí, a ciegas. Tampoco algo que ejercemos cuando ya lo hemos probado todo, no tenemos otra salida y tenemos fe a la desesperada. La fe comienza como un don del Espíritu (1 Corintios 12: 9) pero crece y se desarrolla en una serie de evidencias que podemos encontrar en el estudio de la Biblia (Romanos 10: 17) y por la acción de Dios en nuestras vidas (Lucas 17: 5; Marcos 9: 24). De cualquier manera, es algo que no vemos pero que podemos sentir.
Para ello os propongo dos dinámicas.
Primero podemos esconder en una bolsa opaca o en una caja algunos objetos cotidianos. Sin verlos, uno por uno, deberán averiguar de qué objetos se trata. Podemos saberlo no porque los veamos sino porque las evidencias, nuestras experiencias anteriores y los conocimientos que tenemos nos hacen estar seguros de qué objeto se trata. Os propongo empezar con objetos sencillos como un lápiz, una calculadora, un vaso, un martillo, un móvil… Y luego hacer una segunda ronda con cosas más complicadas (una caja de lápices, una bayeta, un muñeco en miniatura, un ratón de ordenador…) para demostrar que a veces la fe no es fácil. (Actividad basada en las propuestas de Shelley Frost en http://xn--ehowenespaol-jhb.com/)
La segunda dinámica (o ilustración), se trataría de mostrar cómo la fe, aunque no se ve, tiene poder de transformación. El aire no se ve, pero nos movemos en medio de él, lo respiramos, nos sentimos empujados por el viento y sentimos cambios de temperatura. Nuestra respiración tampoco la vemos pero podemos ver cómo se mueve nuestro pecho al inhalar y al espirar. Podemos demostrar la capacidad de transformación del aire dejando que los chicos inflen globos. La fe también transforma nuestra vida blanda y sin brillo en una vida dura y brillante.
Para ello os propongo dos dinámicas.
Primero podemos esconder en una bolsa opaca o en una caja algunos objetos cotidianos. Sin verlos, uno por uno, deberán averiguar de qué objetos se trata. Podemos saberlo no porque los veamos sino porque las evidencias, nuestras experiencias anteriores y los conocimientos que tenemos nos hacen estar seguros de qué objeto se trata. Os propongo empezar con objetos sencillos como un lápiz, una calculadora, un vaso, un martillo, un móvil… Y luego hacer una segunda ronda con cosas más complicadas (una caja de lápices, una bayeta, un muñeco en miniatura, un ratón de ordenador…) para demostrar que a veces la fe no es fácil. (Actividad basada en las propuestas de Shelley Frost en http://xn--ehowenespaol-jhb.com/)
La segunda dinámica (o ilustración), se trataría de mostrar cómo la fe, aunque no se ve, tiene poder de transformación. El aire no se ve, pero nos movemos en medio de él, lo respiramos, nos sentimos empujados por el viento y sentimos cambios de temperatura. Nuestra respiración tampoco la vemos pero podemos ver cómo se mueve nuestro pecho al inhalar y al espirar. Podemos demostrar la capacidad de transformación del aire dejando que los chicos inflen globos. La fe también transforma nuestra vida blanda y sin brillo en una vida dura y brillante.