Os propongo distintos juegos para las distintas edades.
Para los mayores, de 9 a 12 años, os propongo que consigáis o pidáis prestado un juego de Jenga, ese que es una torre de bloques de madera que hay que ir quitando los bloque de abajo y colocarlos arriba hasta que la torre pierde el equilibrio. Cuando hayáis jugado un rato y la torre se haya caído un par de veces como mínimo, proponedles hacer una reflexión sobre qué tiene que ver el juego con la historia de esta semana. Dejadles que ellos se estrujen la cabeza y que se expresen porque seguro que van a sacar alguna conclusión. De todas formas, vosotros orientad su pensamiento.
Cuanto más alta hagamos la torre más estamos desafiando las leyes físicas del equilibrio y de la gravedad y siempre llega un momento en que la torre se cae. La estabilidad de la torre depende de la estabilidad de todas las piezas, que estén bien asentadas unas sobre otras. Si lo que queremos es hacer la torre más alta a costa de que se pierda estabilidad, al final, se termina cayendo.
Si nosotros queremos sobresalir, tener éxito, ser famosos, ser mejores que nadie sin tener en cuenta las leyes de Dios (amor a Dios y al prójimo que se especifican en los diez mandamientos), al final, no podremos ser felices y nos derrumbaremos como personas. Si construimos sobre los cimientos firmes del amor (y no del egoísmo), seremos más felices y más útiles a Dios y a las personas que nos rodean.
Para los pequeños, de 6 a 9 años, podéis llegar a esa misma conclusión intentando hacer torres a partir de vasitos de plástico. Al principio, dejadles que ellos lo hagan como quieran. Luego les vais proponiendo que cambien la disposición de los vasos en la base de la torre y vayan viendo cómo, dependiendo de la posición de los vasos, pueden hacer torres más altas o más pequeñas, más estables o más inestables. Les explicáis cómo Dios quiere que crezcamos con una base estable y para eso tenemos que aprender a obedecer y a confiar.